¡ESTOY A LA PUERTA Y LLAMO!
“Mira que estoy a la puerta.
Si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo”(Ap 3,20).
1.- MIRA.
Abre los ojos y los
oídos. Mira. El Señor en quien tú crees, pasa cada día a tu lado, camina
junto a ti, alienta tus iniciativas, sostiene tus debilidades, te habla con
palabras amorosas y llenas de vida: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
A los discípulos de Emaús les ardía el corazón, “pero
sus ojos no eran capaces de reconocerlo”(Lc 24,16). Miramos y no vemos. Estamos
ciegos. Nos creemos listos, sabios, buenos, salvados. Sólo quien se reconoce
ciego verá: “Yo he venido a este mundo para un juicio: para dar vista a los ciegos
y para privar de ella a los que creen ver” (Jn 9,39).
Somos ciegos, pero necesitamos reconocernos como tales,
y pedirle al médico de los ojos que nos devuelva la vista: “Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la
vida”(Jn 8,12).
Mira donde está la luz del mundo: ¡Jesucristo! Su luz te
hará descubrir su paso en cada persona y en cada acontecimiento.
2.- ESTOY LLAMANDO A LA
PUERTA
No se cansa de llamar: al
amanecer, al mediodía, al atardecer y a media noche. Siempre. Llama porque está
enamorado de nosotros; porque no se cansa de amar; porque quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad; porque ha venido a
liberamos del mal.
Llama porque es respetuoso: no fuerza, no obliga, no
violenta el seguimiento. Llama con insistencia: propone, sugiere, invita...
“Venid con conmigo y os haré pescadores de hombres””. (Mt 4,19).
Está ahí a tu lado, en medio de tu trabajo, en medio de
tu grupo y de tu comunidad parroquial: “Yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo”
3.- SI ALGUNO OYE MI VOZ
“Ojalá escuchéis hoy su
voz: No endurezcáis vuestro corazón”(Sal 95, 7-8)”
Dios nos habla a diario. Es un Padre rico en
comunicación: en la creación, en la historia del pueblo de Israel, en los
patriarcas, en los profetas. “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos
modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas, en estos
últimos días nos ha hablado por medio del Hijo(...) que, siendo resplandor de
su gloria e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas con su palabra
poderosa” (Hbr 1,1-3)
Jesús es la Palabra. Todo lo que Dios tenía que
comunicar a la humanidad lo ha hecho por medio de su Hijo. “La Palabra era la
luz verdadera que con su venida ilumina a todo hombre. “A cuantos la
recibieron, a aquellos que creen en su nombre les dio poder para ser hijos de
Dios”. (Jn 1,9.12).
Quienes creen que Jesús es el Hijo de Dios ya están
salvados. Por el bautismo quedan constituidos en hijos de Dios. Ser hijo reclama
diálogo constante con el Padre, escucha diaria de su Hijo, apertura al Espíritu
Santo. Así escucharemos su voz, estaremos atentos a su voluntad, viviremos
conforme el designio que El tenga pensado para cada uno.
“Yo no puedo hacer nada por mí cuenta. Juzgo según lo
que Dios me dice, y mi juicio es justo, porque no pretendo actuar según mi
voluntad, sino que cumplo la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5.3 0).
En la oración, en las largas horas de silencio, durante
la noche o despoblado. Jesús escucha al Padre y pone por obra su voluntad.
¿Escuchamos así? ¿Meditamos e interiorizamos a diario,
la palabra de Dios? ¿Buscamos largos ratos de silencio para leer el Evangelio y
así ir identificándonos con Jesús?
Si hoy no escucháis su voz, ¿endurecéis vuestro corazón?
¿Quién nos está impidiendo oír a nuestro Señor? ¿Qué ruidos, mensajes,
entretenimientos, agobios, prisas, tareas, dedicaciones nos están dificultado
oír la voz del Señor.
Así les hecha en cara Jesús a los judíos su “sordera”:
su palabra no ha tenido acogida en vosotros; así lo prueban el hecho de que no
queréis creer en el enviado del Padre. Estudiáis apasionadamente las
Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; pues bien, también las
Escrituras hablan de mi; y a pesar de ello no queréis aceptarme para tener vida
eterna” (Jn 5,3 8-40)
Se repiten con frecuencia los momentos de abandono de la
multitud o de los discípulos ante las exigencias de su Palabra. Después de la
multiplicación de los panes y los peces, y después del discurso eucarístico,
“muchos de sus discípulos, a oír a Jesús dijeron: Esta doctrina es inadmisible.
¿Quién puede aceptarla? Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y
ya no iban con él” (Jn 6,60-66).
En esta circunstancia cuando Jesús pone a prueba la confianza
de sus discípulos en él:
“También vosotros queréis marcharos” Simón Pedro le
respondió: -Señor, ¿a quién iremos? TUS PALABRAS dan la vida eterna”.
Si oyes su voz, acógela. Métela en tus entrañas; hazla
tuya. No endurezcas el corazón. No pongas barreras. No le pongas excusas. Abre
la puerta: Que el Señor sea tu dueño, tu único dios. Sus palabras son palabras
de vida eterna. El es el Alfa y Omega, el principio y el fin.
4.- Y ABRE LA PUERTA
Abre el corazón a Dios: ¡Conviértete! Deja que pase
Cristo, que te transforme, que te haga semejante a El. Dice Dios: “Os tomaré de
entre las naciones donde estáis; os recogeré de todos los países y os llevaré a
vuestra tierra. Os saciaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras
impurezas e idolatrías. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu
nuevo. Os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,
24-27).
Sin ti no lo hará. No te forzará. El llama a la puerta:
¿le dejas pasar? Cuando entra es fuego que quema la leña seca y los sarmientos
improductivos. Es viento impetuoso que empuja las velas de tu esperanza. Es
espíritu de vida que lo renueva todo.
“Te gusta un corazón sincero y en mi interior me
inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo, quedaré limpio. Lávame, quedaré más blanco
que la nieve. Concédeme la alegría de tu salvación. Afiánzame con espíritu
generoso”(Sal 50). Si le dejas
entrar, si le abres la puerta, si le dices: “Sondéame y conoce mi corazón. Mira
si mi camino se desvía. Condúceme por el camino eterno” (Sal 138), el te
convertirá en un HOMBRE NUEVO.
5.- ENTRARE EN SU CASA
“Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me
siento o me levanto. De lejos penetras mi pensamiento” (Sal 138) “Qué bueno es
Dios para los limpios de corazón” (Sal 72).
6.- CENARÉ CON EL Y EL
CONMIGO
Quien ha escuchado la voz del Señor y le ha dado paso a
su interior, quien se ha dejado transformar por la fuerza purificadora de su
Palabra y le ha abierto la puerta, quien ha reconocido con humildad sus pecados
y ha descubierto que sólo Dios salva, gozará de la fiesta del Señor: “El Señor
todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos, un festín de
manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos
refinados. Destruirá la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los
rostros y borrará de la tierra el oprobio de su pueblo - lo ha dicho el Señor
-.
Aquel día dirán: “Este es nuestro Dios en quien
confiábamos; alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado” (Is 25,6-9)
Este festín es signo de la alegría de quien ha
experimentado la salvación de Dios.
El quiere entrar cada día
en nuestro interior, a través de su Palabra y de su Cuerno entregado. Es ahí
donde hace fiesta con cada uno. Fiesta que se irradia en medio de la comunidad,
entre los hermanos, porque Él, Cristo Resucitado, se sigue sentando a nuestra
mesa en el festín de bodas:
-“Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaba sentado
a la mesa con ellos, tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces
se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado”
(Lc 24, 30-3 2).
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